Se trata del tercero de
los doce trabajos que debe realizar Heracles y en el cual éste debía capturar viva a la cierva, llevarla a Micenas y entragarla a
Euristeo. Pero con una condición: no podía derramar ni una gota de su sangre, ya que, si no, desataría la furia de la diosa
Artemisa, quien había tratado de caputar para engancharla a su carro y que, sin embargo, gracias a su gran velocidad, había logrado escapar.
Heracles la persiguió impetuosamente durante doce meses, siguiendo su rastro, hasta Hiperbóreos, donde consiguió divisarla al fin bebiendo agua a la orilla de un río. Consciente de que no podía derramar su sangre, le atravesó las dos patas de bronce por la piel utilizando una flecha que hizo pasar entre el tendón y el hueso.
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